El emocionante desfile de antorchas y la quema de la falla preceden al final de una cita histórica saldada 27.456 inscritos
El fuego. Ningún otro elemento identifica tanto a Pingüinos. El de las antorchas, el de las hogueras, el que prende la traca en la Nochevieja Pingüinera, el de la falla. Entre fuego se despidió, a falta del colofón de los premios y los sorteos de hoy, la 33 edición de la concentración invernal. La más caliente de las celebradas en Puente Duero, por las temperaturas y porque la cita se vio arropada por una respuesta descomunal de la comunidad motera. Respuesta que ya se vio antes en el momento de contar los inscritos. 27.456 fue la cifra final, lo que supone la mejor marca de la historia de la concentración en la sede de Puenteduero. La despedida se logra a ritmo de récord.
El desfile de antorchas tuvo el poso de los últimos años. Es el evento en el que nadie querría participar por tener un motivo para ello. Cada antorcha se enciende por alguien que ha muerto en la carretera cuando disfrutaba de su moto. Por eso muchos se emocionan antes de salir, cuando llega el turno de encenderla. Luego hay quien se lo toma como un desfile más, y solo quiere dar acelerones y hacer ruido, pero eso es inevitable. Por eso este espectáculo, que lo es, se ha reducido en las últimas ediciones a 450 teas. Para mantener el significado que siempre tuvo
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Ayer los portadores de las antorchas se vieron arropados por un público numerosísimo, más que otros años. Y es que la edición que ahora acaba ha sido ‘más’ en todos los aspectos. En meteorología, en participación, en inscritos... Una cita histórica.
Lo merecía Pingüinos y también la sede. Puente Duero vivió ayer su último desfile de antorchas. Su último enero lleno de humo de las hogueras y de aroma a bocadillo de panceta y a gasolina. Al final del paseo a los moteros les esperaba la falla. Más simbólica que nunca. No era el logo esta vez. No podía serlo. Tocaba reinventarse, buscar un guiño, una idea. En lo alto, mientras el público se hacía fotos a pie de falla, cuatro pingüinos montaban sus motos. Cada una de una familia, que en esto de las motos también las hay. Los de las escúteres, los custom, los de las trail, las deportivas...
Acabó el desfile y llegó la quema de la falla. «Hay que poner mucha madera pequeña abajo para que arda bien», explicaba su autor, Juan Villa, el día que la plantó, el jueves, hace ya un mundo, un Pingüinos entero.
Y ardió, claro. Reducida a nada en cuestión de minutos.
Como Pingüinos. Una concentración que en doce meses tendrá que resurgir de sus cenizas y encontrar una nueva sede para seguir viva